Hablemos de grietas

por Adriana Esposto

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Cuando festejábamos lo hacíamos porque se recuperaban empresas que jamás debieron dejar de ser nuestras y que hoy estamos a punto de volver a rematar al mejor postor.

Cuando festejábamos lo hacíamos porque una mujer que había laburado toda su vida lograba una jubilación que le mostraba que su espalda encorvada de cansancio no era en vano.

Cuando festejábamos lo hacíamos porque el pueblo futbolero podía ver en vivo un gol de su equipo, en su único recreo de la semana, sin pagar un mango más que sus impuestos.

Cuando festejábamos lo hacíamos por la foto de un pibito en su escuela de La Quiaca que, conectado a una banda ancha desde su netbook, nos regalaba una sonrisa superlativa.

Cuando festejábamos lo hacíamos por un NO en mayúsculas a un puñado de buitres que aguardaron agazapados que alguien nos vuelva a convertir en su carroña de lujo.

Cuando festejábamos lo hacíamos por el permiso legal para el amor en todas sus formas y no solo en las impuestas por preceptos que durante siglos parecieron irrevocables.

Cuando festejábamos lo hacíamos por nuestras conquistas, por nuestros avances, por nuestro crecimiento, por nuestros líderes, por nuestros derechos, por nuestras victorias.

Después de casi tres años de gestión del representante al que dieron en urnas el poder de gobernarnos, lo único que son capaces de festejar es una medida que lejos está de un logro propio o un beneficio que los alcance. Que además de dejar en inobjetable evidencia el ensañamiento que caracteriza a la fuerza política que mueve los hilos, no guarda un centímetro de coherencia con la cantidad de ilícitos que esconden bajo la alfombra de un blindaje mediático supino. Celebran una orden de allanamiento como hace tantísimos años celebraban el cáncer. Con la misma sorna. Con el mismo odio.

No debe haber una definición más precisa de la grieta que lo sucedido hoy. Eso es lo que nos deja verdaderamente a uno u otro lado. Lo que ustedes y nosotros festejamos cuando festejamos.