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Crónica de una injusticia: Carmen, la otra Niña Costa

La pacata sociedad del siglo XIX y una hija que no entraba en los planes de la familia fundadora del pueblo. Te presentamos la historia de Carmen Costa, la hija natural de Eduardo Costa.

El drama de Carmen, hija natural de Eduardo Costa, en una sociedad donde los hijos que nacían fuera de un matrimonio eran considerados ciudadanos de segunda tanto para el Estado como para sus familias.
El drama de Carmen, hija natural de Eduardo Costa, en una sociedad donde los hijos que nacían fuera de un matrimonio eran considerados ciudadanos de segunda tanto para el Estado como para sus familias.

¿Se pueden reparar inequidades ocurridas más de siglo atrás? ¿Se pueden lavar ofensas centenarias? ¿Se puede reivindicar la existencia de alguien que ya no existe? Quizá muchos pensarán que no, o qué sentido tiene. Yo elijo creer que sí. De eso se tratan las próxima líneas, de dar a conocer la vida de Carmen, la hija natural de Eduardo Toribio Costa.

 

Está más o menos claro que buena parte de los vecinos del pueblo tienen una idea al menos vaga sobre quiénes fueron Eduardo y Luis Costa, los dos hermanos que fundaron este pueblo: a mediados del siglo XIX adquirieron una gran estancia que ocupaba un sector importante del actual partido de Campana, desarrollaron una explotación agrícola modelo para su época, lotearon el pueblo y fomentaron la llegada del ferrocarril a estos lares.

 

Algunos podremos acotar que no hay que olvidarse de la población previa; que el puerto, aunque rústico, existía, y que en la zona de Río Luján había población desde hacía siglos. Pero más allá de esas cuestiones muy finas, no cabe duda de que las figuras de Eduardo y de Luis fueron centrales. No pretendo que este párrafo haya sido revelador en nada, solo lo incluyo para poner en tema a los vecinos nuevos del pueblo y a los que se topan de casualidad con esta nota.

 

Este tipo de aclaraciones sobre quiénes eran los Costa décadas atrás eran innecesarias, ya que la historia del pago chico estaba mucho más incorporada y cualquier vecino tenía una idea relativamente clara de los actores fundacionales del pueblo. Eduardo Costa, político de relevancia nacional en el siglo XIX, cual pasó por todos los cargos posibles: ministro, legislador, casi gobernador, etc. Y Luis, su hermano, primer presidente de la corporación municipal, y primer presidente del Concejo Deliberante.

 

Dentro del Olimpo de Campana había más figuras proverbiales de la familia fundadora: Florentina Ituarte de Costa, madre de Eduardo y Luis (por eso nuestro templo católico mayor es en honor a Santa Florentina); la hermana de Eduardo y Luis, Magdalena Costa; y, por supuesto, los hijos de Luis: Alberto, María Luisa y “la Niña Costa” es decir, Sofía, quien estaba incorporada para los vecinos de Campana del pasado cómo una figura cuasi reverencial.

 

La Niña Costa repartía su vida entre Campana, Capital y viajes a Europa durante su juventud, y en su vejez alternando con estancias mucho mayores en la mansión de Campana.

 

En general, la descendencia de Luis Costa ocupó un rol social más que relevante en la Campana de décadas pasadas: venían a aniversarios, inauguraciones de monumentos, o se los recordaba en numerosos textos.

 

De Eduardo… el bronce y la gloria, por supuesto, pero a nivel personal para la hiper recontra inmensa mayoría de la población se había tratado de un solterón empedernido, que había escapado con gran agilidad a los matrimonios. La historia oficial estaba muy cómoda en esa versión.

 

Pero sucede que esa historia oficial tapaba, ocultaba y encerraba bajo 7 llaves la realidad: Efectivamente Eduardo había sido soltero, bon vivant, gran anfitrión, político de nivel superior, hábil empresario… pero también, pese a que la historia se había emperrado en ocultarlo, había sido padre.

El asunto es que mientras la Niña Sofía, y el resto de los descendientes de Luis gozaba de los honores de la historiografía local, había otra niña, con los mismos derechos pero sin gozar de los honores: Carmen Costa Rodríguez Flores, la hija natural de Eduardo Costa, cuyo único pecado había constituido nacer fuera de matrimonio alguno.

Hasta no demasiadas décadas atrás, nuestro ordenamiento legal establecía categorías de hijos: matrimoniales, por un lado, y adulterinos, incestuosos, sacrílegos y naturales por el otro. Los hijos naturales eran a nivel familiar, sobre todo en los círculos aristocráticos, una especie de ciudadano de segunda: la situación no partía del no reconocimiento paterno, sino de la ausencia de matrimonio celebrado entre los padres. En criollo: un señor tenía un hijo (aun reconociéndolo como propio) y luego se casaba con una señora que no era madre del primero, y tenía más hijos, entonces estos, recibían mayor herencia que el primero. Si, una abominación. Pero era la ley. Paremos con el derecho (por un rato).

 

Vamos a 1861, o quizá más atrás... pues no sabemos cuándo comenzó el romance que vamos a relatar: Eduardo Toribio Costa en algún momento de su vida, conoció a Jacinta Rodríguez Flores, nacida en Buenos Aires en 1839.

 

Desconocemos el desarrollo de ese amor, pero lo real es que, fruto de esa unión, el 4 de Abril de 1862 nacía Carmen, la hija natural de Eduardo Costa, quien días después, el 12, asumiría como Ministro de Relaciones Exteriores del presidente Bartolomé Mitre, para luego ser designado en octubre como Ministro de Justicia e Instrucción Pública. Por algún motivo que desconocemos la relación no se formalizó.

 

La mamá de Carmen, contrajo matrimonio en 1864 en Buenos Aires con Ciriaco Valdor (o Baldor): este parece ser un hombre de posición económica al menos medianamente “resuelta”, sin llegar a formar parte de la clase dirigente de la ciudad (en lo cánones actuales, quizás un individuo de clase media alta arañando el lugar y con alguna inclinación a la escritura.

 

Acta de matrimonio de  Jacinta Rodríguez Flores y Ciriaco Baldor
Acta de matrimonio de  Jacinta Rodríguez Flores y Ciriaco Baldor

 Ciriaco era hijo de padre mendocino, y de ocupación carretero, es decir, transportaba y coordinaba caravanas de carretones con mercaderías desde el interior a la ciudad de Buenos Aires, donde se había afincado. Era un ‘’hijo natural’’ (información que surge del sucesorio de su padre), cuestión que probablemente haya influido en no tomar de forma problemática, como quizás podría haber sido en ese momento, que Jacinta fuera madre soltera.

 

En tren de suponer, quizá podríamos pensar que Mamá Jacinta, la pequeña Carmen -a quien también llamaban “Menita”- y padrastro Ciriaco habían formado un hogar feliz. Pero tenemos que decir que esa felicidad fue bien corta: Jacinta Rodríguez Flores de Baldor enviudó no demasiados años después de casada… Ciriaco fallecería en 1867 de cólera, en el transcurso de la primera epidemia registrada de la enfermedad en Buenos Aires.

 

Aquí vemos el recordatorio del fallecimiento de Ciriaco junto al de su padre, ya que había fallecido muy poco después. El tamaño del aviso del diario nos da una pista de que al menos en ese momento la situación financiera de Jacinta no era precisamente estrecha.

 

Aviso funebre, con los fallecimientos de Ciriaco Baldor y de su padre, Blas.
Aviso funebre, con los fallecimientos de Ciriaco Baldor y de su padre, Blas.

 Es difícil descifrar qué era de la vida de Carmen Costa durante esa etapa de su vida. La cédula censal de 1869 donde figura su madre no la muestra a ella, quien tendría unos 7 años viviendo con su mamá. Vemos a Jacinta a poco de cumplir los 30, residiendo con otros Baldor, en la calle Corrientes 393, la misma dirección que se declaró en la anotación de defunción de Ciriaco. Es curioso que incluso se vea una Carmen Baldor, pero de 10 años: quizá una hija de Ciriaco que pudo haber quedado al cuidado de Jacinta, o lisa y llanamente a nuestra Carmen Costa con edad mal registrada y registrada con el apellido del difunto padrastro para salir del paso y evitar aclaraciones al censador.

 

Como ya dije, no hay certeza de cómo se desenvolvió la vida de Menita durante su infancia. La bisnieta y el bisnieto de Carmen, con quienes dialogué, tampoco tienen referencias de esa época.

 

Es imposible saber si durante esos años Eduardo aportó dinero o mantuvo trato alguno con Carmen.

 

Hay que recordar que Eduardo, para 1874, luego de sostener el intento revolucionario de Mitre, tuvo que exiliarse un tiempo en Brasil en la residencia de su hermana Magdalena.

 

Lo que sí es un hecho comprobable es que, como mínimo durante el final la adolescencia de Carmen, el vínculo con papá Eduardo fue concreto.

Carmen se casó muy joven a los 18 años, con Manuel Damián Noya, el 12 de diciembre de 1878. La legislación vigente requería la autorización paterna en virtud de la edad, entonces en el casamiento se presentó Eduardo Costa a dar su conformidad de forma personal, y claro, reconociéndola como hija natural delante de todos los presentes, en pleno atrio de la Iglesia de Monserrat en la Ciudad de Buenos Aires.
Acta de casamiento de Carmen con Manuel Noya.
Acta de casamiento de Carmen con Manuel Noya.

Para sumarle impacto al contexto, Eduardo no estaba para aquellos momentos en una situación de retiro político ni mucho menos: ostentaba un cargo importantísimo, era el mismísimo Procurador General de la Nación.

 

Por supuesto que en una sociedad como la de aquellos años, como ya dije, y sobre todo en el patriciado (porque en los sectores más humildes las relaciones eran mucho más sencillas) tiene que haber sido sin dudas el tema de conversación del momento.

 

Cómo frutilla del postre, y quizás para desagraviar aún más a su única hija, fue testigo del casamiento.

 

Bueno, ustedes dirán: tardó bastante en reconocerla… yo diré: eran tiempos muy distintos. Y no, no es que me haya vuelto admirador de Eduardo ni tengo animo de ser panegirista de nadie, pero es real que su actitud fue mucho más que digna teniendo en cuenta los cánones de la época y su lugar de exposición social. Eduardo jugaba de verdad en primera a nivel político, no era un mero espectador, sino un protagonista de la Argentina de esos años.

 

El esposo de Carmen, Manuel, había nacido de padre uruguayo y madre argentina en el año 1853, en lo que podríamos definir como una familia de recursos medios-altos, y era egresado del Colegio Nacional Buenos Aires. Para la época del casamiento era oficial 2do, algo así como un empleado administrativo medio del Ministerio de Hacienda de la Nación (equivalente al ministerio de Economía actual), y tenía un marcado gusto por las letras, hecho más que probado por algunos cuantos pequeños libros editados.

 

Durante los primeros años del matrimonio, al parecer, residen en la casa familiar de Manuel padre en Santa Fe 1534.

 

Algunos años después comienzan a llegar hijos al matrimonio de Carmen y Manuel, 8 en total: Carmen Elisa (1880-1920), Rosalía (1882-1892), Ángela (1884-?), Manuel (1885), María Carmen (1886), Eduardo Paulino (1889-1978), Ricardo (1892) y Rosa Blanca (1894).

Con el paso del tiempo, Manuel comienza a hacer carrera en el Ministerio. Para 1883 ya es nombrado jefe de Sección, con un salario de $63 mensuales (para mensurar el ingreso, el secretario de la Municipalidad de Campana, algo así como el cargo no electivo más importante, percibía $50 para 1887), años más tarde, alcanzaría el rango de Jefe de División.

 

El trato con Eduardo se nota para aquella época claramente fluido: al menos 2 de los niños fueron ahijados de bautismo de su propio abuelo materno. Es decir, Eduardo, en su edad madura, no solo reconoció a Carmen, sino que con toda seguridad podríamos decir que disfrutó en mayor o menor medida de su condición de abuelo, apadrinando a Eduardo Paulino Noya en 1889 y a Rosalía en 1895 (el resto de los padrinos de las actas de nacimiento ubicables se dividen entre el abuelo paterno y otras relaciones familiares).

 

Jacinta, la mamá de Carmen, no tuvo oportunidad de ser madrina, porque falleció antes del casamiento.

 

Por esos años, Carmen se muda de la casa de sus suegros y comienza a residir junto a sus hijos y marido sobre la Av. Santa Fé al 2858, en una propiedad hoy desaparecida, la cual había sido heredada (entre otras) al fallecer de los padres de Manuel.

 

De relaciones con el resto de la familia Costa no hay la más mínima evidencia en esos años. Ni de casualidad Florentina Ituarte aparece como madrina de sus bisnietos.

 

En 1897, Eduardo Toribio Costa fallece. Con el cuerpo de Eduardo aún tibio, comienzan las bajezas que anunciarían que la lucha por algún tipo de derecho por parte de Carmen sería más bien una guerra: el diario La Prensa, al otro día del fallecimiento, publica dentro del texto de la extensa cobertura “La anciana madre del extinto, Sra. Florentina Ituarte de Costa, nacida en el año 1800, después de más de 20 años de retiro casi absoluto en su residencia de San Isidro, había venido a Buenos Aires a acompañar a su hijo en su enfermedad. El resto de la familia lo constituyen el Sr. Luis Costa y la Señora Magdalena Costa de Ferre residente en Río de Janeiro, y que también ha venido a asistir a su hermano en sus últimos días”. ¿Y Carmen? ¿Y los nietos de Eduardo? ¿Se puedo haber sido ser tan ruin? Sobre la previa de la muerte de Eduardo corren dos versiones: la del diario, con Florentina en la casa, y otra versión (por la que me inclino más), que dice que, al llegar a la casa de Eduardo, en los últimos momentos de su enfermedad, y al saber que Carmen estaba allí, Florentina no quiso entrar.

Cobertura del diario La Prensa de la muerte de Eduardo Costa.
Cobertura del diario La Prensa de la muerte de Eduardo Costa.

Todo indicaría que Carmen no pudo asistir a la ceremonia de su propio padre y que, en caso de haber asistido, seguramente las humillaciones habrían sido mayúsculas.

 

Rápidamente, después de la muerte de Eduardo comienza la batalla por la herencia.

 

Si bien en este texto no me estoy focalizando en la situación financiera de Eduardo -ya que eso merece una nota en particular-, podemos decir que Eduardo, además de haber sabido ganar grandes cantidades de dinero con la explotación rural de Campana junto a su hermano Luis, también había gastado altas sumas de dinero en su actividad política, financiando sus propias campañas, además de las aventuras partidarias y militares de su líder político Bartolomé Mitre: varios años antes de su muerte, aún ganando dinero con la venta de terrenos de Campana, las distintas crisis de su grupo político y del país en general, lo habían puesto financieramente en grandes apuros. Todo ese asunto quedará para otra ocasión.

 

Vamos a verlo así: Eduardo, insisto, era hábil en los negocios, pero claramente gastaba a torrentes. Y si no era en política era en fiestas con sus amigos, ya que más allá del relato realizado sobre las fiestas en Campana, que se puede leer aquí, en la mansión de Capital también se llevaban a cabo reuniones con gran regularidad y soberbios gastos. Esto no quiere decir que Eduardo estuviera pobre al morir, pero tampoco puedo dejar de mencionar que las deudas no eran precisamente pocas.

 

A poco de su muerte, Carmen inicia el juicio sucesorio, y en paralelo, Florentina Ituarte, en carácter de madre de Eduardo, otorga poderes a Alberto Costa, hijo de Luis y su nieto, para que, por su lado, iniciara un juicio sucesorio a fin de también liquidar la herencia, ya que en aquellos años, si había hijos naturales igualmente los padres recibían parte sustancial del patrimonio del finado.

 

Para Carmen nada iba a ser fácil. De hecho, cuando La Prensa publica sobre el inicio del sucesorio dice “una heredera”, no “la hija”.

Recorte de La Prensa, en el que la redacción del periódico hace referencia a Carmen como ''una heredera''.
Recorte de La Prensa, en el que la redacción del periódico hace referencia a Carmen como ''una heredera''.

Menita también hacía sus intentos en el terreno de los medios: para un aniversario de Eduardo convoca e invita a una misa, también en La Prensa, en calidad de hija.


Los ninguneos como hija no solo venían de los medios nacionales y de la familia: cuando el Municipio de Campana, a poco de morir Eduardo, pone su nombre a nuestra plaza principal, envía una nota muy conceptuosa notificando del honor a Doña Florentina, la madre, pero nunca a la hija.

 

El expediente sucesorio de Eduardo alcanzó las 372 fojas. Como no pueden existir ni antes ni ahora dos sucesiones sobre un mismo causante (persona) ambos expedientes se unificaron.

 

Por un lado, el sobrino de Eduardo, e hijo de Luis, presentaba inventarios sumamente detallados de bienes pequeños: mobiliario de la casa de Eduardo milimétricamente descripto, libros de su biblioteca en su totalidad, utensilios de cocina, bebidas y alimentos en conserva. Pero, por otro lado, los bienes valiosos (terrenos y campos de Campana) eran enunciados con una vaguedad y desprolijidad indisimulables. Por ejemplo, Eduardo poseía un gran terreno en la isla frente al pueblo del cual no se comunicaba ni remotamente la dimensión, mismo los terrenos en Campana, los cuales eran descriptos en los primeros escritos con una superficialidad pasmosa. Mucho menos se registraba lo que hoy conocemos como “Mansión de los Costa”.

 

Además, en el expediente se presentaban terribles cantidades de deudas, incluso con su propio sobrino Alberto y su hermano Luis. Insisto, Eduardo estaba endeudado, sí, pero la descripción realizada por su familia era al parecer aún muchísimo peor.

 

Y todo esto, condimentado con la mención repetitiva y hasta el cansancio de Carmen como “la hija natural de Eduardo”: ni siquiera en los escritos presentados en primera persona e informales por la madre de Eduardo mencionaba jamás a Carmen como nieta: simplemente era “la hija NATURAL de Eduardo”.

 

Carmen participa en el sucesorio con beneficio de inventario, es decir, avisando que si las deudas terminaban por superar el activo, no se haría cargo de pagarlas. Obviamente, temía que se le terminara diluyendo la herencia. El proceso era notablemente extenso.

 

El abogado de Carmen requería, por supuesto, más información de la que le brindaban Alberto y Luis Costa. De a poco se fueron regularizando algunos datos, y Alberto envió un detalle más concreto de la venta de terrenos que estaban dando formación al pueblo de Campana, de los campos que estaban en poder de Luis y Eduardo, y de la siempre errática empresa que en un momento se había fundado para comercializarlos junto a otros socios: la Sociedad Puerto y Pueblo de Campana.

 

En un momento Carmen toma conocimiento de la fábrica de ladrillos que abastecía las construcciones del pueblo y de muchas de la ciudad de Buenos Aires: el horno de ladrillos que en su momento habían iniciado los Costa, luego había pasado por las manos de Santiago Coulter, y que en ese tiempo gerenciaba Augusto de Dominicis, padre del futuro Intendente Dr. Luis de Dominicis, dando como resultado la explicación de que por cada ladrillo vendido un porcentaje era para la sociedad de Eduardo y Luis. Por supuesto que el abogado de Carmen exigió que ese dinero fuera a una cuenta de la sucesión.

 

También se detectó que gran parte de los campos eran explotados y alquilados en sociedad por la firma de Francisco y Félix Fernández (el primero, el abuelo del iniciador de la mítica Farmacia Fernández).

 

La lucha para conocer el patrimonio fue ardua y se leía entre líneas que del lado de Carmen sospechaban maniobras para perjudicarla: deudas que no se cancelaban, pactos de retroventa que no se supervisaban, etc.

 

Finalmente, en el expediente sucesorio aparece la noticia de que Carmen había vendido su parte a su tío Luis Costa (técnicamente a la esposa de Luis) siendo desplazada, legalmente por cierto, de todos los intereses de los Costa en Campana.

 

Si bien Eduardo era el hermano más exitoso de la dupla, Luis había sido menos pródigo con su dinero. Al parecer no daba puntada sin hilo y, por ejemplo, hasta cuando se creó el partido de Campana le alquiló una casa de su propiedad a la intendencia para sede de la Municipalidad -municipalidad de la cual formaba parte- …y sobre ese mismo edificio realizó un segundo contrato de alquiler, al mismo tiempo, para que también funcione como comisaria.


No logré ver cuánto fue el importe de la venta, pero supongo que bastante menos de lo que realmente valía, pero en definitiva Luis Costa y su familia, con esa operación, se habían transformado en los dueños de los bienes, y de yapa del legado moral de Eduardo, dado que en muchas ventas posteriores en los anuncios se leía que tal o cual propiedad había sido de Eduardo Costa.

 

Algunos años después, la mansión original de la barranca, donde Eduardo se reunía con sus amigos para proverbiales reuniones culinarias, y que ya era de gran tamaño en los años de Luis y Eduardo, fue ampliada por la viuda de Luis agregando la planta alta y tomando la forma que en el imaginario de los vecinos perduró, es decir, la forma que tenía previo al derrumbe.

 

No sé qué habrá pensado Carmen si alguna vez tomaba el tren a Rosario y pasaba por Campana. Tampoco sé si alguna vez vino al pueblo.

 

Carmen, junto a su esposo, seguramente habrá disfrutado de los beneficios económicos de la venta, consolidando aún más su posición económica, la cual tampoco era mala previa a la herencia.

 

Charlando con dos de sus descendientes me contaron que Carmen y su esposo eran dueños de un palco en el Teatro Colón, y que adquirieron una bóveda en el Cementerio de la Recoleta por idea de ella… dos bienes muy clásicos de la aristocracia porteña.

 

Manuel Damián se jubilaría del Ministerio en 1910, pero seguiría en actividad. Lo vemos integrando el directorio del Banco de Seguros Mutuales hacia 1916 y un poco más tarde el directorio de Litohelayon, una pequeña petrolera local.

 

''La señora Carmen Costa de Noya reunió ayer a la hora del té a un grupo de sus relaciones''
''La señora Carmen Costa de Noya reunió ayer a la hora del té a un grupo de sus relaciones''

Por aquellos años, Carmen figura en algún que otro diario en la noticias sociales -por ejemplo en La Prensa-, recibiendo a sus amigas a tomar el té. Es en esos mismos diarios en los que figuraba su prima Sofía en la misma sección, cuando venía de visita a pasar algunos periodos a la mansión de Campana.

 

Vuelvo a la idea del tren al pasar por Campana... ¿Qué sentiría Carmen al leer esas noticias sociales?

 

También, al igual que la rama de los Costa por parte de Luis, Carmen y su familia viajaban a Europa. En uno de esos viajes, sobre el final de 1919 y principios del ‘20, fallece una de sus hijas, Carmen Elisa.

 

Manuel dejó esta tierra el 9 de septiembre de 1932. Carmen cobraría la pensión por viudez a partir del fallecimiento de su marido, pero honestamente no creo que fuera una cuestión de vital importancia.

Menita falleció en agosto de 1942 a los 80 años. Por la época en que le tocó, comenzó a vivir en un mundo totalmente distinto al que dejó al partir. Seguramente ha llevado en su corazón los dolores que implicaron el desconocimiento familiar. Pese a eso, espero que haya podido ser feliz.

Ambas ramas de los Costa, es decir, la de Carmen Costa y la de los descendientes de Luis, no han mantenido trato, nunca jamás.

 

Nunca es tarde para hacer un poco de justicia, y estoy convencido de que estas líneas un poco lo han hecho, no solo por Carmen, sino por los cientos de miles de hijos naturales que nacieron, crecieron, padecieron y murieron en este suelo con leyes absolutamente injustas.


Ojalá todas esas historias puedan ser contadas algún día.

Corolario:

 

De los hijos de Carmen solo dos dejaron descendencia: Carmen Elisa Noya y Eduardo Paulino Noya, ahijado de bautismo de Eduardo Costa. Eduardo Paulino hizo una gran carrera en el Ejército Argentino, y recorrió gran parte del país en distintas unidades, alcanzando el grado de Teniente Coronel. Tuvo 5 hijos: 3 mujeres -dos de las cuales fueron monjas- y dos varones. Para continuar la estirpe de Manueles y Eduardos, uno de los hijos se llamó Manuel Eduardo Noya, y con su hija Adriana Teresa del Carmen Noya pude tener una extensa videollamada para despejar algunas dudas. Por último, la hija Eduardo Paulino Noya que no siguió el camino religioso se llamaba Marta, y con su hijo Guillermo Arenas también pude tener una extensa y enriquecedora comunicación telefónica.

Agradecimientos:

  • Clara Zorrilla Noya, tataranieta de Carmen Costa y chozna de Eduardo Costa.

  • Guillermo Arenas, bisnieto de Carmen Costa y tataranieto de Eduardo Costa.

  • Adriana Teresa del Carmen Noya, bisnieta de Eduardo Costa y tataranieta de Eduardo Costa.

  • Angel Garcia, por su cúmulo de datos y documentación local.

  • Alan J. Aguia Schwyn por su generosa gestión archivística.

  • Archivo General de la Nación

  • Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

 

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