Un crimen campanense: la triste vida de John Richards
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Un crimen campanense: la triste vida de John Richards

Actualizado: 18 may 2022

El puerto de Campana registra actividades varias veces centenarias. Incluso antes de que Campana fuera Campana: mucho antes del loteo de los hermanos Costa, e incluso del propio Álvarez Campana -quien gracias a su apellido recibimos el toponimio de nuestro partido-, el espacio físico de nuestro puerto fue escenario de tráfico comercial, e incluso bélico, con algún ataque y desembarco de fuerzas realistas durante la Guerra de la Independencia, que saquearon la estancia del presbítero Escola (y probablemente de cuanto caserío encontraron a su paso).

Laura Rosseau era la dueña de la casa en Houston, TX, EE.UU., donde Richards residía cuando estaba fuera del mar

En tiempo coloniales, allá por 1752, nuestro puerto mantenía una menuda actividad. Ejemplo de esto lo tenemos al ser nuestro puerto lugar de recepción de materiales, puntualmente tirantes, para la construcción del Santuario de la Virgen de Lujan desde el Paraguay.


Obviamente, para esos años, todavía Álvarez Campana no había comprado tierras por aquí, y nuestro puerto era el Puerto de Lómez (por el capitán Esteban Lómez, quien tenía grandes extensiones de tierra en lo que hoy es nuestro partido).


Incluso, antes de Lómez, el general Sebastián de Orduña y Mondragón se ve envuelto en algunos expedientes sobre ingreso de mercadería a nuestros lares.

¿Qué tiene que ver esto con Richards? Absolutamente nada. Solo que me agradan las contextualizaciones extensas, así que permítame, estimado amigx, que desvaríe unos instantes más, porque en definitiva, ambos estamos haciendo esto gratis: yo escribiendo y usted leyendo.


Nuestra zona entonces tenia una gran tradición de movimiento comercial, cuestión que se amplificó enormemente con los Costa. Dice Oscar Trujillo: “La guerra del Paraguay (1864-1870) fue una coyuntura muy favorable a la economía de la estancia, potenciando no sólo la provisión de alimentos a las tropas, sino activando el tráfico de mercancías por el puerto. “


Los Costa, entonces, maximizaron el movimiento portuario (y sus fortunas) aprovisionado al Ejército Argentino en operaciones en el Paraguay. Luego, para 1876, llegó el ferrocarril y el armado del complejo ferroportuario, con el tráfico no solo de mercaderías sino también de pasajeros que trasbordaban en nuestro puerto desde el ferrocarril a los vapores que hacían la carrera a Santa Fé o “al Rosario” . Unos años después, las industrian vendrían a generar un movimiento comercial de primer orden a nivel nacional.


Para los primeros años del siglo XX se comenzaba a erigir lo que hoy conocemos como la refinería de Axion, originalmente de capitales alemanes, y posteriormente adquirida por la familia Rockefeller, generando un importante intercambio comercial en nuestro puerto con los Estados Unidos.


Y ahí empieza a aparecer Richards…


El finado Richards, tal como otros cientos de miles de hombres de mar que a lo largo de nuestra historia pisaron nuestro puerto, fue uno de los tantos (no cientos de miles, pero si varios) que llegó vivo, y luego quedó muerto en nuestros pagos.


Ya lo sé: usted cuando lee el nombre y la referencia a la refinería se anima a imaginar a un yankee hecho y derecho, pero no lo era: era tan ruso como Putin, ya que había nacido en el todavia Imperio Ruso en el año 1894.


John había emigrado de niño a los Estados Unidos con su padre, su hermano, y su madre, donde allí se había nacionalizado.


Como se verá por la profusa documentación con que se ilustra la nota, no es que se me dio por la literatura fantástica ni por la novela histórica ficcionada como la del gran Salomon Sinay y Aida Nebbia, sino que gracias a que los norteamericanos tienen el buen tino de averiguar las causales de las muertes de sus ciudadanos en el extranjero, y además la idea de digitalizar absolutamente todo, es que nos podemos adentrar en esta pequeña tragedia que cerró una vida signada por el dolor.


Certificado de muerte de John Richards.

En el intercambio epistolar sobre la muerte de Richards -con profusa información consular y administrativa- echa luz casi de psicodrama la señora Laura Rosseau, dueña de la casa en Houston, Texas donde éste residía en Estados Unidos cuando estaba fuera del mar, y cuenta a las autoridades, que seguramente requerían saber si había alguna familiar vivo, que:


“El señor John Richards nació en Rusia (en una ciudad desconocida para mi) Tenía padre, madre y un hermano. El hermano fue sacado del colegio y sentenciado a cadena perpetua con trabajos forzados, y su madre murió de pena.


Entonces, el Sr. Richards fue a Nueva York y aprendió el oficio de mecánico en los barcos.


Como me dijo el Sr. Richards, él estaba solo en el mundo. Todos sus amados se habían ido, y cuando él murió, lo hizo solo en el mundo, sin ningún amor. Hice una búsqueda en su habitación y solo encontré cartas para amigos del mar.


Estaré encantada de ser de ayuda para usted, tanto como mi hijo Bounds Rousseau, ingeniero del Pres Polk (NdR: otro barco), que fue el que trajo al Sr. Richards a mi casa para compartir con el tiempo, y él parecía volver a casa muy feliz de tener un verdadero hogar”


Lamento mucho su muerte y me gustaría saber qué fue de su cuerpo”.

Ya sé: omití hablar sobre su muerte. Ahora vamos a eso:


Richards estaba empleado en el SS E.M. Clark, buque al servicio de la Standard Oil, el cual hacia viajes desde nuestra refinería (nuestra: ¡las ganas!) desde Estados Unidos hasta Campana. Este buque, que terminaría sus días frente a la costa de Carolina del Norte, fue hundido por un submarino alemán.

El SS E.M. Clark fue un barco mercante estadounidense de la primera mitad del siglo XX.

John tenía, para este viaje a Campana, 41 años. Y según cuenta el Capitán Tweed, a cargo del barco, al remitir un informe al consulado luego de entrevistarse con el todavía moribundo Richards:


“A mi regreso a Campana desde Buenos Aires a eso de las 2:00 p.m. de esta fecha (NDR 10 de Julio) hablé con Richards, quien me informó que poco después de la medianoche de esta fecha regresaba a su barco desde un casino ubicado en las afueras de Campana, y al pasar por la avenida dos hombres lo abordaron, sacaron una pistola y le ordenaron que les entregue su dinero. Richards renunció a veinte pesos, la cantidad total que tenía en ese momento. Los salteadores le ordenaron que entregara el resto de su dinero, y aparentemente sin otra razón que no poseer más dinero, uno de los salteadores le disparó. La bala le atravesó la mano derecha y se alojó en su intestino. Richards fue encontrado tirado en la avenida por un oficial de policía de Campana. Fue llevado al hospital donde se realizó una operación de emergencia. Por lo que he podido saber, no han podido localizar la bala''.


Richards está confinado en un pequeño hospital de caridad, el único hospital en Campana, y las condiciones aquí parecen bastante malas. Pero sería imposible moverlo en su estado actual. Sin embargo, recomiendo que sea trasladado de este hospital a un entorno mejor tan pronto como su estado lo permita.


John Richards nació en Rusia en 1894, es ciudadano de los EE. UU., soltero, la dirección del pariente más cercano está archivada en la oficina del Comisionado de Envío de los EE. UU. en Nueva York.


John Richards firmó en este barco como engrasador en Nueva York. Los salarios comenzaron el 1 de junio de 1936 a razón de $ 75,00 por mes”

El informe del capitán John Tweed al viceconsulado de EE.UU. en Buenos Aires.

De este informe podemos deducir varias cuestiones: la calidad de nuestro hospital, al menos para los ojos de los Estadounidenses era, de mínima, modesta, y la seguridad del pueblo, tal como hoy, no era la mejor.


En cuanto al casino, sabemos que no lo hubo como tal, al menos oficial en nuestra ciudad… aunque podría, por la cercanía del puerto, estar refiriéndose al Hotel Campana, sobre la todavía oficialmente llamada Rivadavia, donde se encuentra actualmente el Banco Nación, lugar sindicado como uno los garitos más emblemáticos de ese momento o, quizás, fue una forma piadosa de encubrir una visita a una casa de tolerancia.


Lo real es que la mención a la avenida enmarca probablemente el asalto en la Real.


La información consular indica que John falleció al otro día, el 11 de Julio, y fue sepultado en el cementerio local.

Carta del Jefe de División de la Administración de servicios extranjeros (Foreign Service Administration) dirigida a Laura Rousseau

La historia es mínima, sí. La podría haber contado mucho más corta, seguro.

¿Era necesaria? Menos.


Probablemente, la vida en apariencia mínima de John, sin más afectos que la dueña de la casa donde residía (y de su hijo) a titulo de amistad, o quizás para compartir gastos, se habría esfumado de la memoria histórica si en una de esas simplemente el expediente Richards hubiera sido dañado por la humedad: de cosas tan arbitrarias están hechas las memorias.


Yo no sé si el hijo de Laura habrá contado a sus hijos y a los hijos de sus hijos la historia de John.


Tampoco sabemos si John tuvo justicia o no: no tenemos referencia sobre el esclarecimiento del crimen, y todo indicaría que el ladrón habrá seguido con sus asuntos, ya que no hay mención a nada posterior.


El mundo suele ser muy injusto. La muerte de un hombre hace 86 años no tiene forma de ser reparada, y eso es, como poco, angustiosa.


Solo deseo que el matador de Richards haya tenido una vida larga, mucho más larga que la de John, pero aún mas solitaria, para que cada noche antes de cerrar los ojos haya recordado como tomó la vida de un hombre por solo 20 pesos.

​Por Joel Vallomy


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