La chica de intercambio
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La chica de intercambio

Anita es una vecina campanense de 24 años, que desde los 17 construye una muy especial relación de vida con la ciudad de Budapest. En el 2016, y gracias al Rotary Club, viajó allí sola y sin saber decir una sola palabra en húngaro. Con determinación y valentía ‘’remó’’ el período de adaptación y, tras 11 meses viviendo en casas de familia y de arduas jornadas de clases, logró forjar amistades y aprender idioma, historia, usos y costumbres de la capital húngara. Volvió a Campana, comenzó a estudiar la carrera de Actuario en la UBA, y en paralelo se unió al Club húngaro de Olivos, con el objetivo de seguir absorbiendo la cultura que le cambió la vida. El año pasado, y luego de realizar un extraordinario ensayo sobre una relación entre Argentina y Hungría, ganó un concurso internacional organizado por la Universidad de Budapest que le permitió viajar por segunda vez. Hoy, ya de vuelta en Campana, Anita explica orgullosa las múltiples conexiones que encontró y sigue encontrando entre su país de origen y el que la maravilló en los últimos años de su vida, y sueña con recibirse y volver a emigrar.

Anita, posando sobre el Puente de las Cadenas (Széchenyi lánchíd en húngaro) de Budapest, el más antiguo y emblemático de los puentes que cruzan el río Danubio.

Anita tiene 24 años. Kury, su apellido, está indisolublemente ligado en Campana al remo: su papá Marcelo es –pues aun compite- uno de los más laureados remeros de la historia de la ciudad, y su hermana mayor, María, fue campeona argentina, subcampeona sudamericana, y semifinalista en un Campeonato Mundial. Pero la historia de Anita nada tiene que ver con este deporte.


Estudia la carrera de Actuario en Economía, en la Universidad de Buenos Aires. ‘’Por suerte ya me quedan dos materias y la tesis, así que espero en algún momento cercano terminar. Estoy estudiando desde que volví en 2017’’, cuenta, como si hubiera pasado una eternidad. La de Actuario es, sin duda alguna, "la profesión del futuro", pero la carrera es compleja, con mucha matemática y estadística, y se estima que hay no más de 50 egresados al año.


Cuando tenía apenas 16 años, Anita se topó con la posibilidad de irse de intercambio. Era una propuesta del Rotary Club, más de tipo cultural que académica, que tenía como finalidad que el intercambista aprenda a vivir como un ciudadano más del país de destino. En ese entonces, cursaba el 5° año de la secundaria en el Colegio Dante Alighieri, donde ya había vivido la experiencia de recibir intercambistas.

A su mamá, Fernanda, le gustó la idea pese a los lógicos temores. Se contactó con el Rotary Club de Zárate y arregló todo. A Anita le asignaron Hungría, pues era el último destino para el que quedaba cupo. Y, con 17 años, se fue. Ese fue su debut absoluto en un avión y, por supuesto, su primer viaje sola.


BUDAPEST


El programa consiste en convivir con una o con varias familias, y en comportarse como un ciudadano más del país de destino, o sea, ir a la escuela y hacer actividades típicas, de manera de absorber el máximo de la cultura y de la idiosincrasia del lugar. Anita, específicamente, estuvo con tres familias distintas: 5 meses con la primera, 2 con la segunda, y 4 con la última. ‘’Yo me comportaba como si fuese literalmente parte de esas familias húngaras. Hacía lo mismo que hacían los hijos: iba al colegio, ayudaba con las tareas de la casa, me unía a los planes y programas familiares, y todo tal cual. Era una más de la familia, pues ese era el espíritu del intercambio’’, detalló la campanense.

Anita junto a la familia que la hospedó en su intercambio en 2016, y que volvió a acogerla en su más reciente visita, entre diciembre de 2022 y enero de 2023.

En relación a la escuela, Anita iba a una pública. Las secundarias de Hungría son de cinco años y no de cuatro como suelen ser la mayoría en Europa, aunque el primer año -al que llaman ‘’Año Cero’’- consiste en aprender solo idiomas, informática y matemática. Es en esta instancia en que cada alumno debe elegir dos idiomas para aprender, elección que marcará todo su camino en la educación secundaria. Anita eligió inglés y alemán. Se trata de clases de no más de 20 personas que, según cuenta, ‘’son como más personales y aprendes un montón’’. Pero la adaptación, admite, no fue fácil. Debió ‘’remarla’’ durante un buen tiempo, y utilizar al máximo su extroversión y su natural simpatía para conseguirla. Anita compara su experiencia recibiendo intercambistas en Campana, estudiando en ‘’La Dante’’, con la suya llegando al colegio en Budapest, y percibe un abismo: ‘’Los húngaros no son tan abiertos como yo estaba acostumbrada que sean los argentinos. En mi colegio en Argentina han habido chicos de intercambio que venían por lo general de Italia -porque yo iba a la Dante- y los recibíamos con los brazos abiertos. Todos queríamos hacer algo con ‘’el chico de intercambio’’. Pero lo cierto es que a mí en Budapest me costó insertarme en el grupo, sobre todo porque ellos claramente no estaban acostumbrados a que alguien quiera insertarse en su grupo. Me costó un mes, más o menos, en el que yo llegaba al colegio y nadie me saludaba, y me quedaba sentada mirando la nada. Hasta que empecé a hablar y sugerir yo hacer planes’’. La rutina escolar en Hungría es complicada: primero, la cursada es muy extensa, de ocho horas diarias. Aparte, en el último año –justo el que le tocó a Anita- todos los alumnos son sometidos a un examen que abarca todo lo aprendido a lo largo de la secundaria y que, si no lo aprueban, tampoco aprueban la secundaria. Es por eso que todo el alumnado del último año se la pasaban estudiando para ese examen, que tiene a Historia como materia fundamental: ‘’y hay que considerar que ellos tienen mil años de historia, no 200 años de historia como tenemos nosotros’’, explica Anita. Otras asignaturas con mucho peso en la currícula son matemática y los distintos idiomas. Y también hay programas de arte obligatorio.

Octubre de 2016: Anita y amigos ''Simulando ser turistas en la ciudad en la que vivimos por un rato''

Otra gran diferencia de Hungría respecto a Argentina es el trato con los profesores. Señala Anita que ‘’En Argentina a veces al profe lo cruzás en el pasillo, te le ponés a hablar, charlás un rato, cambiás figuritas, hablás de fútbol, le contás qué hiciste el fin de semana, qué sé yo. Bueno, en Hungría no. Es como que hay una barrera entre el profesor y el alumno, y esta está muy marcada. De hecho, por ejemplo, mis profesores no sabían mi nombre, simplemente me decían ‘’la chica de intercambio’’ Respecto al idioma, Anita admite que es complicado, y que puede llegar a ser la madre de los obstáculos para establecer relaciones. Ella piloteó la situación inicial con el inglés, ya que conoce el idioma al igual que todos sus compañeros en su nuevo lugar de vida. Pero donde no pudo evitar los problemas fue en la escuela: ‘’El idioma es muy complicado, y no es algo que puedas aprender en dos o tres meses, como para estar en un nivel aceptable, como sí puede pasar con otros idiomas. Por ejemplo, los chicos de acá que se iban a Francia a los dos o tres meses ya podían participar en la escuela. Tengo una amiga que se fue a Suiza de intercambio con este mismo programa y a los seis meses ya participaba como una alumna más en el colegio. Bueno, en Hungría no pasa, ni tampoco los profesores quieren gastar tiempo en enseñarte el idioma. Me han dicho ‘’es una pérdida de tiempo tanto para vos como para mí enseñarte el idioma. Así que hagamos como que acá no pasa nada’’.

Chicos intercambistas de todas partes del mundo, orgullosos de sus orígenes y felices en Budapest.

La barrera idiomática llegó a mostrarse tan inexpugnable que Anita se ponía a aprender húngaro sola, en la escuela y en sus ratos libres, con un libro subtitulado al inglés que encontró por ahí. Fue, literalmente, aprender desde cero: ‘’cuando llegué a Budapest no sabía ni decir ni ‘’hola‘’, ni ‘’buen día‘’, ni nada, pero aprendí mucho de oído, de escuchar y tratar de repetir, obviamente que con errores. Pero hasta que no te pones a hablar no lo vas a aprender. Y aun así hoy sigo aprendiendo. Sigo tomando clases de húngaro y siempre aprendo algo nuevo, tanto de vocabulario como de gramática’’. Pero, a su vez, y pese a las dificultades que le generó, ella considera que el húngaro es ‘’un idioma bastante lógico, aunque parezca mentira''. Explica que ''tiene 40 y pico de letras en el abecedario y 14 vocales. Aunque a priori todo lo que dije pueda asustar, lo cierto es que es un idioma que sigue una lógica muy lineal y muy sencilla. Su dificultad recae sobre todo en que es muy distinto a lo que nosotros estamos acostumbrados. Sobre todo en cuanto a las palabras, ya que no te podés dar una idea de que esa palabra significa, como puede pasar cuando aprendes inglés o alguna lengua romance. Para darte un ejemplo: el tren en español se dice ‘’tren‘’, en italiano se dice ‘’treno ‘’, en inglés se dice ‘’train‘’ y en húngaro se dice ‘’vonat‘’. O sea, nada que ver’’. ‘’Pero bueno, básicamente hay que ponerle onda. Yo nunca fui una experta en el idioma y no creo que vaya a serlo nunca, pero si le ponés onda, te hacés entender. Yo al principio hablaba húngaro mezclado con inglés, inglés mezclado con húngaro, y de una u otra forma algo me hacía entender. Es que hasta que no te pongas a hablarlo no lo vas a aprender. Así que está muy bien equivocarse también’’, concluyó.

La primera vez de Anita en Budapest le sirvió, sobre todo, para quedar ‘’bien manija’’ y tener claro que ese era el lugar donde quería estar: ‘’Fui al colegio, participé de programas de Rotary Hungría con otros 45 intercambistas de diez países distintos, e hice un montón de amigos. Con ellos hicimos un montón de cosas como campamentos de idiomas, o íbamos todos juntos a conocer alguna ciudad de Hungría. Una vez fuimos a Viena un fin de semana, y tuvimos una especie de intercambio con los intercambistas de Rotary que estaban en Austria’’. ‘’Fue una gran experiencia, que cuando tuve que volverme a Argentina supe con claridad que quería continuar viviendo’’, confesó.

Anita y amigos en la Plaza de los Héroes (Hősök tere, en húngaro), uno de los lugares más importantes de Budapest. Fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 2002.

Finalizado el intercambio, y ya de regreso en Campana, Anita se unió al Club Hungária de Olivos, una colectividad de descendientes de húngaros que conservan las costumbres y siguen fomentando su cultura. Allí continuó estudiando el idioma, y se hizo amiga de los chicos y chicas que forman el programa de Scouts húngaros. Con ellos realizó todo tipo de actividades: campamentos de idiomas, peñas de baile, galas, y demás ‘’cosas en húngaro’’.


LOS CONCURSOS


En 2021, Anita vio en internet que la Universidad de Budapest, desde su Centro de Investigaciones de América Latina de la Facultad de Ciencias Sociales, había lanzado un concurso en el que invitaba a los universitarios que vivan en América Latina, independientemente de la carrera que estén estudiando, a que escriban un ensayo acerca de una relación entre Hungría y su país de origen. Inmediatamente, Anita le habló a su profesora de húngaro en Argentina, Susana Benedek, y le preguntó qué le parecía la idea de participar, y si estaba dispuesta a ser su tutora. Le respondió que sí, que le encantaba la idea, y luego de un breve tiempo de análisis decidieron escribir sobre el premio ‘’Ladislao Biro’’, galardón creado por el ex embajador argentino en Hungría, Gregorio Cernadas, con el que se reconocía a quienes habían contribuido de alguna manera en la relación bilateral entre Argentina y Hungría.

¿Quién fue Ladislao Biro? Fue un periodista húngaro nacido en 1899, nacionalizado argentino, que llegó a la fama mundial por sus inventos, en especial por uno de ellos: la birome. ‘’Me pareció súper interesante porque Ladislao Biro era húngaro, pero patentó su invento en Argentina porque en Hungría no conseguía quien lo financie. El destino hizo que se encontrara en Croacia con (Agustín Pedro) Justo, el ex presidente argentino (de la llamada ‘’Década Infame’’), quien quedó maravillado con su invento y lo invitó a que venga a Argentina. Entonces, dicho en sus propias palabras, la birome es un invento que tiene la partida de nacimiento en Hungría, pero con pasaporte argentino. Fue súper interesante escribir sobre eso’’.


El trabajo de Anita fue excelente, y quedó en el 3° puesto entre 25 concursantes. Un poco desilusionada por no haber ganado, decidió volverlo a intentarlo en 2022. Habló nuevamente con su profesora de húngaro –que es además profesora de español para extranjeros, traductora húngaro-español, scout, locutora, artista, bailarina, hace podcasts y, entre todas esas facetas, está la de también ser arquitecta- y le comentó su intención.

​Descargá el ensayo ''Premio László Bíró'', de María Ana Kury, a continuación:


Premio László Bíró- María Ana Kury
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‘’Entonces encontré un artículo sobre una historia de inmigración húngara en la Argentina, y me puse a leerlo para ver si se me saltaba alguna idea. Y aparecieron los nombres de tres renombrados arquitectos húngaros, Johannes Kronfuss y los hermanos András y Gyorgy Kálnay. ¿Y le pregunté a mi profe: ‘’Che, qué te parece escribir acerca de estos tipos? Podemos hacer algo tipo ‘’Cómo el conocimiento húngaro está plasmado en las calles de Buenos Aires’’. Y ella me dijo que sí, que le parecía una idea excelente, que obviamente que me iba a ayudar. Entonces agarró y me empezó a mandar bibliografía, bibliografía, bibliografía. Me empezó a contactar con arquitectos que habían estudiado sus trabajos y ahí recaude un montón de información’’, detalló Anita.


Y agregó: ‘’Me puse a leer, a leer, y a leer, y me llamó mucho la atención cómo desde la ignorancia uno camina por una calle X de Buenos Aires y de repente hay edificios húngaros, creados por arquitectos que obtuvieron todo su conocimiento en Hungría y lo plasmaron en una calle random de Buenos Aires. Por citar unos ejemplos: el Luna Park lo hizo un húngaro. Después la cervecería Múnich, que está en Costanera Sur y que ahora es un museo, fue un hito en la historia cultural de Buenos Aires ya que ahí se reunieron personalidades como Gardel, Fangio y Alfonsina Storni, entre muchas otras. Todas las figuras del mundo cultural en Buenos Aires iban a la Cervecería Munich. Y la hizo un húngaro’’.

El Edificio Minner, ubicado en Arroyo 804 esquina Juncal, es obra del arquitecto húngaro Gyorgy Kálnay.

En ese momento, Anita llevaba ya un buen tiempo trabajando en la Cancillería Argentina. Y en la esquina de la Cancillería, en el barrio porteño de Retiro, descubrió un edificio que, justamente, lo había hecho un húngaro: el Edificio Minner, correspondiente al período racionalista de Gyorgy Kálnay, ubicado en Arroyo 804 esquina Juncal. Ese estilo de edificio marcó la identidad arquitectónica de Argentina. ‘’Es muy loco notar cómo hay huellas húngaras por toda la Argentina, y todos pasamos por ellas como si nada. Es muy interesante descubrir esas relaciones entre países tan distintos’’, expresó Anita al respecto, con visible entusiasmo.

Este segundo ensayo, titulado ‘’Húngaros influyentes en la arquitectura argentina’’, ganó la VI edición del Concurso Cultural Hungría-América Latina 2022 del Centro de Investigaciones sobre América Latina de la Universidad Eötvös Loránd.

Además del reconocimiento a su esfuerzo académico, Anita recibió un importante premio monetario ‘’que está buenísimo. Siempre ayuda’’.


Sobre esta ‘’revancha’’, Anita considera que es ‘’un buen broche de oro para demostrar que Hungría y Argentina, tanto para mí como para mi profe de húngaro, están históricamente relacionadas. Yo tengo un gran apego emocional con Hungría, pero es real que hay muchas conexiones entre ambos países, que se pueden mostrar y probar, y que dan por tierra todas esas afirmaciones que dicen que Argentina y Hungría nada tienen que ver’’.

El certificado que señala a Anita como ganadora de la categoría II de la 6° edición del Concurso Hungría-América Latina de la Universidad Eötvös Loránd de Budapest

​Descargá el ensayo ''Húngaros influyentes en la arquitectura argentina'', de María Ana Kury, a continuación:


Húngaros influyentes en la arquitectura argentina - María Ana Kury
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El pasado 8 de diciembre, Anita, felizmente, regresó a Budapest para escribir allí su segundo gran capítulo de vida. Este fue más corto, de poco más de un mes, pero no por ello menos intenso.


EL FUTURO


A mitad de enero, Anita volvió a Argentina, y se apresta para comenzar un nuevo ciclo lectivo en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, con el objetivo de recibirse de Actuario.


Su meta es clara: intentará terminar la carrera este año, e idealmente hacer un master en Budapest luego. Es optimista respecto a esta posibilidad, porque el gobierno húngaro está actualmente muy receptivo de estudiantes extranjeros, fomentando las becas de estudio –el programa de becas Stipendium Hungaricum, por ejemplo, cuyo objetivo es apoyar la internacionalización de la Educación Superior húngara y fortalecer las relaciones internacionales de la comunidad académica y de investigación húngara, es para ella una posibilidad concreta-.


Anita sabe que cuenta con chances, pero también que, primero, necesita recibirse. Aparte, es consciente de que el mercado laboral para los Actuarios no está aún suficientemente desarrollado en Argentina, y que en el exterior cuenta con mayores chances.

Así, todo indica que en el futuro cercano de esta joven campanense habrá muchas más emociones, todas ellas merecidas y logradas por sumarle esfuerzo y resiliencia a su innato talento. Anita, la chica de intercambio, enorgullece con sus logros a su familia –que siempre apostó por ella-, a sus amigos, a su ciudad, a su establecimiento educativo, y a la comunidad húngara en general. Pero, lo más importante, brilla. Y se enorgullece ella misma.

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