El secreto del galpón
top of page

El secreto del galpón

Muchas veces creemos que hay hechos de la realidad que se asemejan a la ficción, este cuento esta basado en un hecho real pero con tintes tan oscuros que pasan como una narración de terror.

 

Por Ramiro del Franco

Faltaba muy poco para el mundial de fútbol de Rusia y en la Plaza San Cayetano, de Burzaco, se notaba. Es que la plaza estaba llena de niños, todos con la camiseta de la selección argentina, que corrían bajo el cálido sol del mediodía de un lado a otro relatando jugadas imaginarias. A pesar de ser lunes todos los niños estaban con sus padres o sus madres ya que a pocas cuadras de allí está el Nuevo Colegio Burzaco, por lo que la plaza es una parada obligatoria para los chicos que entran en el turno tarde.


Sin embargo, no todos estaban al cuidado de algún mayor. Sentada en un banco que da sobre la calle Buenos Aires, había una niña de un año y medio, aproximadamente, que llamó la atención de todos porque estaba sola. La nena miraba hacia todos lados, como esperando a alguien. Pasaron los minutos y ya era hora de que los padres y madres que estaban con sus hijos emprendan el camino al colegio, pero la niña seguía allí, sentada, sola y con el miedo pintado en su cara. Estaba bien vestida y tenía una mochila junto a ella.


Una madre se acercó y le pregunto su nombre, pero dada su escasa edad, resultó imposible obtener una respuesta. Inmediatamente, un grupo de padres llamó a un policía que estaba en las inmediaciones para comunicarle lo que sucedía. Mientras tanto la mujer que se acercó a hablar con la nena le tomo una fotografía, que unos minutos después ya estaba circulando por todas las redes sociales.


Lamentablemente, la respuesta a la publicación de la foto no fue la esperada. Inmediatamente la lluvia de comentarios ofensivos hacia la madre de la criatura inundó la publicación y corrió de foco el verdadero motivo, que era dar a conocer que una niña estaba perdida. A juzgar por lo comentarios, parece ser que solo la madre tiene responsabilidad. Cuesta creer como en pleno siglo XXI algunas personas tiene actitudes pre históricas.


Mientras tanto, en el Microcentro porteño, un empleado de seguridad de una empresa privada estaba mirando su celular, cuando al ingresar a Facebook encuentra la publicación de aquella mujer que solicitaba el paradero de los padres de la niña perdida en la plaza de Burzaco.


- ¡German, vení, apurate! – Gritó el hombre.

- ¿Qué queres Leo? Para que termino de completar esto y voy.

- No boludo, vení ahora, es algo de tu nena me parece.

German dejo de lado la tarea que lo tenía ocupado para ir a ver lo que su compañero le quería mostrar.

- ¡Boludo, es mi hija!, ¿Cómo que está perdida? No puede ser…

- Andate ya mismo para allá. Acá dice que está en la comisaria, ahí nomás de la plaza.

- Avisale al jefe. Yo me voy para allá – La última frase, German la pronunció desde la puerta de la oficina.


German Gonzalez tiene 24 años, es delgado, alto, de tez blanca y las cejas rectas sobre sus ojos marrones le dan un carácter duro a su rostro, como si estuviera siempre enojado. German trabaja hace un año en una empresa de seguridad privada y es el padre de Luz, la nena perdida.


Ni los 50 kilómetros que separan su lugar de trabajo de la comisaría donde estaba su hija, ni el insoportable tráfico que azota a la ciudad de Buenos Aires, fueron impedimento para que en menos de una hora padre e hija puedan reencontrarse.


German entra corriendo a la comisaria, la voz le temblaba, no podía hablar prácticamente. El oficial que estaba en la recepción intuyó de quien se trataba y no tardó en llamar a la agente que estaba bajo el cuidado de Luz. Se abrió una puerta y de la oficina salió corriendo la niña que se aferró a la pierna de su padre. German la alzó en sus brazos y el abrazo fue interminable. Para ser más exacto, la agente que estaba con Luz fue quien puso fin a ese abrazo.


- ¿Me acompaña por favor? – Le dijo, con tono frío, a German, indicándole el camino.

Se dirigieron a la misma oficina de la que Luz salió corriendo. Había dos escritorios, en cada uno una computadora y un teléfono que no paraba de sonar.

- Cuénteme, ¿Qué paso? – Indagó la oficial Acuña.

- No sé, yo salí de mi casa a las dos de la mañana para ir a trabajar y Luz estaba durmiendo.

- ¿Y la mamá?

- Ella también dormía. Era muy temprano y Mariana hoy entra a trabajar en el hospital a las 8.


German estaba comenzando a inquietarse con la situación. Parecía no estar recuperado de la tensión que había vivido y para colmo ahora estaba siendo sometido a un interrogatorio.


- ¿No llamó a la madre de la nena cuando vio la publicación de que estaba perdida?

- ¡Si! – respondió German con seguridad – Pero me atendía el contestador apenas sonaba.


La oficial parecía sospechar algo. Para ella no era simplemente un caso de una nena perdida que gracias a la solidaridad de algunos vecinos y al accionar de la policía se reencuentra con su padre. Quizás ciertas actitudes de German, como frotarse continuamente las manos o no parar mover las piernas, refuerzan su teoría de que algo más ocurre.

-Aguarde acá un minuto que un móvil está yendo a su domicilio – Dijo la oficial, y salió de la oficina.


Muy cerca de la comisaria, sobre la Calle Roberto Arlt al 3553, un patrullero se detenía frente a una casa con rejas negras y un pequeño jardín algo descuidado. Dos policías se paran frente a la casa, tocan timbre, pero nadie atiende. Es lógico, según el relato de German, su mujer ya tendría que estar trabajando. Pero mientras esto sucedía, la oficial Acuña llamó al Hospital Italiano, donde Mariana trabajaba como enfermera. La respuesta que le dieron reforzaba aún más su teoría.


- Mariana no vino hoy. Tendría que haber entrado a las 8. – Dijo del otro lado un compañero de ella.


Inmediatamente Acuña se comunicó con sus compañeros, les comento que Mariana no había llegado al trabajo y les pidió que aguarden allí, que un patrullero llevaría a Gonzalez hasta su casa. Ahora en la puerta de la casa de la calle Roberto Arlt había dos patrulleros, cuatro policías y German Gonzalez estaba con ellos. La oficial Acuña se quedó con Luz en uno de los patrulleros mientras los otros tres policías ingresaban junto a Gonzales a su casa.


Recorrieron todos los ambientes y parecía estar todo normal. Era una casa pequeña que no se correspondía con el estado del jardín. Estaba todo ordenado y el olor a perfume estaba presente en cada rincón. Sobre un mueble del living había un portarretratos con una foto deLuz junto a una mujer joven, de pelo largo, oscuro y una gran sonrisa. Uno de los policías ingresó a la cocina. Una ventana sobre la mesada dejaba entrar el sol de la tarde a través de las cortinas floreadas. El policía corrió la cortina y pudo ver un patio con un galpón en el fondo.

- ¿Qué hay allí? – Le pregunto a Gonzalez.

- El patio y el galpón donde guardo las herramientas.

- Acompañeme – Le dijo el policía.


Abrieron la puerta que daba al patio y salieron los cuatro. Esquivando juguetes de Luz, que estaban desparramados por todos lados, llegaron al galpón. Uno de los agentes se adelantó y sigilosamente se acercó a la puerta que estaba entreabierta. La termino de abrir muy lentamente y el rechinar de las bisagras rompió el silencio que se había apoderado del momento. Con la puerta de madera totalmente abierta, el policía se asomó y lo primero que recibió fue un fuerte olor a humedad, como si haría mucho tiempo que ese lugar no se usa. Intentó encender la luz, pero no funcionaba. La única fuente de iluminación era la luz del sol que se colaba por la ventana del galpón. Una vez adentro, el agente recorrió con la mirada las estanterías que estaban llenas de tela de araña y polvo. Todo parecía normal, era el escenario típico de un galpón en desuso. Sin embargo, ya saliendo, algo le llamo la atención.


- ¿Tenes tu linterna? – Le pregunto al otro agente.

- Si, toma. Fijate su funciona.


Encendió la linterna e ingreso nuevamente al galpón. Esta vez se detuvo con más detalle en cada estantería. Apuntó con la luz hacia el techo y luego hacia el suelo, observando detenidamente cada rincón. Había una frazada cubriendo algo. Se acercó lentamente y de un tirón corrió la misma. Debajo había una máquina de cortar pasto, que a juzgar por el estado del jardín del frente, hacía mucho que no se usaba. Ante el hallazgo el policía suspiro, como aliviado. Mientras tanto, Gonzalez estaba en el patio con los otros dos policías. Se mostraba nervioso, inquieto, y preguntaba a cada rato que era lo que buscaban.


El agente que estaba dentro del galpón seguía buscando algo, aun no sabía qué, pero algo le decía que no debía abandonar la búsqueda. Detrás de una lata que estaba en la estantería encontró un short. Estaba algo gastado, viejo, pero al alumbrarlo mejor con la linterna, pudo ver una mancha roja, probablemente de sangre. La mancha estaba fresca, era reciente. No dijo nada a sus compañeros y siguió buscando, ahora más seguro que antes de que algo encontraría.


Bajo un banco de trabajo encontró otra frazada cubriendo algo. Al correrla, encontró lo peor. El cuerpo de una mujer estaba envuelto en esa frazada. El pelo largo, oscuro, cubría el rostro. A simple vista se podía apreciar un golpe en la cabeza y una línea roja que bordeaba el delgado cuello de la mujer. Se trataba de Mariana Cabañas, la esposa de German, la madre de Luz. Inmediatamente el policía ordenó a sus compañeros que detengan a Gonzalez, quien fue trasladado nuevamente a la comisaría.


Tras un duro interrogatorio, el acusado se quebró y confesó el crimen. La policía siguió investigando para saber cómo llegó Luz a la plaza. Tras consultar las cámaras de seguridad de las inmediaciones de la plaza San Cayetano, pudieron corroborar que Pedro Gonzalez, de 26 años, hermano del asesino, fue quien abandonó a la niña en la plaza, lo que lo convierte en cómplice. Lo que aún no está claro es el móvil del crimen; la certeza, que un nuevo caso de violencia de género será tapa de los periódicos nacionales.


Los hermanos fueron trasladados a un penal de máxima seguridad donde esperan el juicio. En lo único que piensan, es en que el juez no sea tan duro con ellos como lo fueron los que juzgaron a Mariana en las redes sociales.


banner CB 300F cod plural 900x180px.jpg
bottom of page